15 julio, 2022
De la “dieta de la Luna” a la «dieta keto», la nutrición de muchas personas se apoya en esquemas difíciles de seguir y con escasa evidencia acerca de si resultan saludables para el organismo.
Pero la nutrición humana es una disciplina en constante revisión. Y una nueva línea, llamada nutrición evolutiva, propone que las personas se alimenten siguiendo los pasos de nuestros antepasados.
Nutrición evolutiva y alimentos reales
Tomás Tale, médico del Servicio de Nutrición y Diabetes de la Clínica Reina Fabiola, docente de esta especialidad en la Universidad Católica de Córdoba (UCC), da algunas pautas básicas sobre cómo sería una alimentación desde esta perspectiva.
Los fundamentos de la nutrición evolutiva contemplan cuatro aspectos clave:
- Dejar de pensar en calorías. “Es un concepto físico, pero el organismo no cuenta calorías”, asegura.
- Evitar la distinción basada en grasas, hidratos y proteína. Son conceptos químicos que no están relacionados con la biología humana. “Hay que elegir alimentos reales que nuestro organismo está preparado para recibir”, explica.
- Considerar la historia de ese alimento. Mientras más generaciones lo han consumido, la respuesta de nuestro organismo será más apropiada. Por eso hay que alejarse de los alimentos ultraprocesados.
- En definitiva, la nutrición evolutiva promueve el consumo de alimentos reales: carnes, frutas, verduras, huevos, lácteos y granos con el menor procesamiento posible. Porque es la comida con la que nuestro organismo y nuestros genes evolucionaron por más tiempo.
Nutrición evolutiva no es «dieta paleo»
La nutrición evolutiva es un concepto más amplio que la publicitada paleodieta. “La paleodieta busca replicar la alimentación que llevaban nuestros ancestros durante la mayor parte del tiempo evolutivo, durante la era paleolítica. Pero no incluye alimentos del neolítico como los granos, que llegaron con la agricultura y los lácteos con la domesticación de animales”, apunta Tale.
No obstante, el experto señala que existen ciertas culturas de Asia, África y América que nunca consumieron lácteos, por lo que sus descendientes tiene altas probabilidades de ser intolerantes a la lactosa porque el organismo no evolucionó para eso. También hay personas que padecen de celiaquía, por lo que no puede absorber el gluten de algunos granos.
Entonces, siempre que el organismo la asimile, la nutrición evolutiva es un concepto más abarcativo que la paleodieta.
Algunas evidencias científicas
La mayoría de los estudios científicos se focalizan en paleodieta. Y, en general, encuentran una correlación entre esta forma de alimentarse y algunos beneficios para la salud.
Un estudio sueco determinó una mayor reducción de grasa corporal, del diámetro de la cintura y en el recuento de triglicéridos entre las mujeres obesas de más de 60 años que seguían una paleodieta respecto de las que se alimentaban según las guías nutricionales de Suecia.
Otro estudio analizó el impacto de una dieta habitual y una paleodieta en un grupo reducido de pacientes sanos. La conclusión es que cuando los voluntarios seguían una nutrición evolutiva (aunque sin consumir lácteos, granos ni legumbres) su presión arterial bajaba, había una reducción del nivel del colesterol y triglicéridos, y también una mejor tolerancia a la glucosa, prueba asociada al riesgo de padecer diabetes.
Sin embargo, la evidencia todavía no es contundente y los propios promotores de la nutrición evolutiva reconocen que es difícil poder diseñar estudios que determinen el real impacto de una dieta en la salud de la personas.
No limitar el consumo de carne
Uno de los conceptos más polémicos de la nutrición evolutiva (y de la paleodieta) es que sugiere no limitar el consumo de carnes. “Pensar que puede haber un consumo en exceso de carnes es erróneo desde el punto de vista evolutivo y de la evidencia actual, porque no se asocian a enfermedades crónicas. Nuestros antepasados sobrevivieron gracias a una dieta basada principalmente en carnes”, señala Tale.
La carne es rica en grasa y proteínas para las que nuestro organismo tiene mecanismo que autolimitan el consumo. “Estimulan la secreción de hormonas que envían una señal de saciedad al cerebro. Esto no ocurre cuando consumimos azúcares. Los humanos tenemos un sistema de recompensa para el consumo de azúcares que inhibe estos mecanismos de saciedad”, detalla Tale.
Sin embargo, las guías nutricionales recomiendan un consumo moderado de carnes rojas. E incluso la Organización Mundial de la Salud categoriza a la carne roja como un probable cancerígeno (grupo 2A de la Iarc). Tale cree que el problema está en cómo las personas acompañan ese consumo de carne y sí advierte sobre el riesgo de consumir carnes procesadas y embutidos.
Además, existen demandas ambientales para limitar el consumo de carnes.
Actividad física en la nutrición evolutiva
La nutrición evolutiva también revisa el tipo de actividad física que deben hacer las personas. “En la antigüedad el objetivo de la actividad física era obtener el alimento e ingerirlo después de hacer la actividad. Ahora es al revés, la actividad física es una forma de gastar la energía consumida antes”, apunta Tale.
El experto cree que el ejercicio físico debe realizarse para conservar la fuerza del aparato locomotor y también para mantener la postura y el equilibrio, cualidades que permitirán mantenernos activos en las etapas finales de la vida.
“El entrenamiento funcional responde a eso, porque es el que nos va a permitir conservar las funciones de los músculos a lo largo de nuestra vida. Pero mucha gente realiza actividad física con el solo objetivo de perder calorías”, apunta Tale.
Por Lucas Viano @LucasViano
REDACCIÓN PENSAR SALUD
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