10 abril, 2020
Las pandemias, se dice, suelen poner en evidencia lo mejor y lo peor de la especie humana. Así como médicos, enfermeros y voluntarios ponen en juego sus vidas en forma altruista, otras personas se sumergen en comportamientos irracionales y construyen teorías conspirativas. Estas últimas ubican al enemigo –invisible e impredecible como todo nuevo agente infeccioso- en los otros, generalmente grupos a los que se identifica por sus costumbres diferentes.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó sobre los riesgos de una epidemia de información falsa y los peligros de estigmatizar a las víctimas de COVID-19 y a los que cuidan de ellos.
- Si las personas se sienten acusadas cuando estornudan o tosen no consultarán a los médicos y contagiarán a sus propias familias.
- Además, no adoptarán hábitos saludables, como lavarse frecuentemente las manos o evitar el alcohol.
- Por su parte, si los médicos y enfermeros son tratados con desconfianza y atacados -como ocurrió en edificios de viviendas durante estos meses-, los trabajadores de la salud no podrán salvar vidas ni aliviar a los que presentan síntomas, no sólo de COVID-19, sino también de muchas otras enfermedades, como los infartos, que continúan presentándose a diario.
El miedo es una emoción presente en todas las especies y puede servir para generar conductas de cuidado que aumentan la supervivencia. Pero la historia humana enseña que las pandemias generan en todas las sociedades sentimientos no sólo de miedo sino también de pánico, lo que alimenta ideas y acciones de discriminación exagerada entre lo propio y lo ajeno.
¿A qué se debe la discriminación que genera hoy el coronavirus? Tres factores inciden: la novedad del virus y la incertidumbre sobre su operatoria; el miedo a lo desconocido; y la facilidad para asociar el miedo con los “otros”.
Cuando no hay información confiable y se alientan las divisiones entre “nosotros y ellos”, dicen los especialistas, aumentan los riesgos de contagio en las comunidades.
Enseñanzas del pasado
Frank Snowden, historiador y profesor emérito de la Universidad de Yale, estudió el impacto de las epidemias en las sociedades del pasado. Hoy, cumple la cuarentena por la pandemia de COVID-19 en Roma, donde lo tomó por sorpresa el nuevo coronavirus mientras investigaba en la Biblioteca del Vaticano. Desde allí, el prestigioso investigador reconoce muchos de los mismos patrones de la antigüedad en las reacciones actuales frente a la pandemia de COVID-19.
Evitar echar culpas a enfermos y grupos vulnerables, inmigrantes y personal de la salud, es tan importante como lavarse las manos frecuentemente y mantener una distancia de al menos un metro al hacer fila.
Así como en Italia acusan a los inmigrantes africanos del contagio, en Estados Unidos culpan a los asiáticos, herederos del estigma que transformó a los japoneses en enemigos dignos de encierro en campos de concentración. En la Argentina, se mira con desconfianza a quienes vienen de China, Corea y, cada vez más, a los inmigrantes de países limítrofes.
Otras epidemias
En su reciente libro “Epidemias y Sociedad”, Snowden desmenuza cómo afectó la gripe española al mundo y subraya la sorprendente capacidad humana por olvidar las numerosas muertes y el impacto que tuvo aquella pandemia de principios del siglo XIX.
La influenza de 1918, que no se originó en España, tuvo en verdad tres oleadas:
- la primera, benigna, sólo afectó a un puñado de personas durante la primavera,
- mientras que la segunda y tercera, en invierno, causaron millones de muertes entre 1918 y 1919.
Los historiadores subrayan que la llamada “gripe española” fue diseminada por los soldados que participaron en la Primera Guerra Mundial y que el novedoso virus –hoy se sabe que fue una influenza tipo H1N1- mató a más estadounidenses que el conflicto bélico.
Snowden también recuerda cómo los judíos fueron acusados de transmitir la peste bubónica en Europa, y cómo eran recluidos en guetos o quemados vivos si no aceptaban convertirse al catolicismo para “lavar su culpa”. En forma quizás más sofisticada, hoy también se escuchan acusaciones de este tenor. Se difunde rumor de la creación del nuevo coronavirus en laboratorios secretos chinos, rusos o judíos, cuando, en verdad, el origen se puede rastrear a un mercado de animales vivos en Wuhan, China.
Si aquellas antiguas epidemias no alcanzan para reconocer los mecanismos de discriminación actuales, basta recordar las reacciones iniciales ante la “peste rosa”, como se llamaba al Sida cuando apareció la enfermedad en grupos de hombres homosexuales.
Mecanismos ancestrales
La xenofobia y los prejuicios hacia los que se considera cultural o socialmente distintos, junto con la difusión de información falsa a través de redes sociales y la promoción de las emociones humanas más “primitivas”, han puesto a los epidemiólogos en alerta.
¿A qué se debe la discriminación que genera hoy el coronavirus en distintos países, incluida la Argentina? Según la OMS, hay tres factores que inciden en este fenómeno social: la novedad del virus y la incertidumbre que aún existe sobre su operatoria; el miedo a lo desconocido; y la facilidad para asociar el miedo con los “otros”.
Los biólogos que estudian el cerebro saben que existen mecanismos muy antiguos -en términos evolutivos- que hacen que, ante una amenaza, las personas reaccionen huyendo o atacando.
Los psicólogos también saben que la ansiedad influye en cómo se perciben los riesgos, y por eso las personas con pánico patológico suelen pensar que los riesgos son mayores a los reales. Pero los científicos subrayan que lo que diferencia a los humanos es su capacidad de manejar las emociones, de empatizar, de pensar en el pasado y planificar el futuro.
Después de todo, los antropólogos identifican a los primeros humanos no sólo por los huesos diferentes a los de los monos, sino también por su comportamiento para cuidar a los enfermos y enterrar a los muertos.
Solidaridad frente al coronavirus
Mientras los infectólogos advierten sobre los casos asintomáticos-, los epidemiólogos señalan que es fundamental cuidarse uno al mismo tiempo que se cuida a los demás con dignidad.
Evitar echar culpas a enfermos y grupos vulnerables, inmigrantes y personal de la salud, es tan importante como lavarse las manos frecuentemente y mantener una distancia de al menos un metro al hacer fila.
“Prepararse y dar respuestas rápidas es necesario, pero la solidaridad y la cooperación también son clave en la pelea contra las enfermedades infecciosas emergentes en todo el mundo”, destaca David Kelvin, investigador de la Universidad de Nova Scotia, en Canadá.
PENSAR SALUD
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