15 agosto, 2022
A pesar de la fama ganadera de Argentina, en el país se consume casi tanta carne de pollo como vacuna. Argentina faena nada menos que 759 millones de aves por año. Al ritmo que la industria y su consumo crecen, también crecen los cuestionamientos: las hormonas en los pollos y el impacto ambiental de las granjas están en el ojo de la tormenta ¿Cuánto hay de verdad?
Criaderos de virus y resistencia a los antibióticos en aumento
La cría intensiva de animales está apuntada por los expertos y organismos internacionales como puntos calientes sobre problemas ambientales y sanitarios globales:
- Incremento de la resistencia a los antimicrobianos.
- Surgimiento de nuevos virus con potencial pandémico.
Un estudio de la revista Science demostró que la proporción de superbacterias resistentes a los antibióticos ha crecido de forma significativa en las granjas de pollos y cerdos de varios países emergentes en lo que va de siglo.
“Se prevé que el aumento de la resistencia en los animales tendrá consecuencias importantes para la salud animal y, en última instancia, para la salud humana”, advierten los investigadores.
En muchas granjas los productores administran antibióticos de forma masiva y preventiva cuando los animales no están enfermos. Es más económica esta práctica que realizar un manejo veterinario correcto: detectar a los animales enfermos y aislarlos en cuarentena con tratamiento individualizado.
El estudio analizó microorganismos comunes en los alimentos, como Escherichia coli, Estafilococo aureus, Salmonella y bacterias del género Campylobacter. Entre 2000 y 2018, la proporción de antimicrobianos que mostraron una resistencia superior al 50% aumentó de 0,15% a 0,41% en los pollos.
A su vez, muchos de los virus zoonóticos que pueden transformarse en pandémicos evolucionan en estos espacios de alta concentración de animales que están en contacto con las personas que trabajan allí. Los casos más conocidos son los de la gripe aviar y porcina.
El enfoque de “una salud” busca abordar estas problemáticas ambientales y sanitarias de manera integral.
El mito de las hormonas en el pollo
Un estudio de 2014 de la Sociedad Argentina de Nutrición determinó que no existen evidencias de que los pollos contengan hormonas agregadas. Analizó la bibliografía y no detectó evidencia científica que avale esta práctica.
“La legislación nacional lo prohíbe taxativamente. No se han encontrado en los controles realizados por el Servicio Nacional de Sanidad Animal y Calidad Agroalimentaria (Senasa) existencia de hormonas exógenas en pollos en los últimos 10 años”, concluye el trabajo.
El análisis aclara que tampoco hay evidencias sobre que el consumo de carne de pollo y/o sus derivados aumenten en riesgo de pubertad precoz en niños, telarca (desarrollo mamario) precoz en niñas y cáncer de mama en mujeres.
Este mito quizá tenga su origen en un hecho ocurrido en la década de 1950, cuando la industria avícola recién iniciaba. En ese momento, a los pollos machos se les daba un estrógeno sintético (DES) para castrarlo de forma química. Eso ayudaba a tener un animal más gordo y una carne más tierna. Pero hace 70 años, un pollo de un mes de vida no pesaba más de 400 gramos.
El mejoramiento genético y en las estrategias de alimentación lograron que ahora un animal de 30 días ya alcance 1,4 kilos de peso y llegue a más de cuatro kilos en el momento de la faena, a solo dos meses del nacimiento.
Las soluciones al problema de toneladas de guano
Cada ave puede eliminar hasta 100 gramos de heces por día. En el país la industria avícola genera 1,5 millones de toneladas de guano por año, según el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta).
Este residuo puede contener microorganismos patógenos y sustancias químicas contaminantes para el agua, el suelo y el aire (porque se dispersan por el viento). A su vez, este residuo es la principal fuente de malos olores de estas instalaciones, el principal reclamo de los vecinos.
Uno de los desafíos de la industria es poder aprovechar las heces para realizar compostaje o para producir biogás. Los malos olores pueden evitarse con rompevientos y realizando el mantenimiento adecuado de la «cama de suelo» de los criaderos.
Industria aviar argentina sustentable
El Instituto Nacional de Tecnología Industrial (Inti) y el Centro de Empresas Procesadoras Avícolas (CEPA) determinó que la industria avícola argentina está entre las más sustentables del mundo. Analizaron la huella ecológica de los principales frigoríficos del país.
La huella de carbono fue de 1,50 kg de dióxido de carbono (CO2) por cada kilo de carne de pollo, desde que el animal nace hasta que es faenado. Estudios internacionales indican que el promedio mundial de esta huella es de 6 kg de CO2 por kilo de pollo y de 60 kg de CO2 por kilo de carne de vaca.
Uno de los principales puntos críticos es la producción de los granos para alimento de las aves y el traslado del balanceado hasta las granjas de cría. Sobre esto último, es clave incentivar la compra de cercanía, dice el informe.
La huella hídrica de la producción de pollos puede sorprender: por cada kilo de carne de ave se utilizan 540 litros de agua.
En busca del bienestar animal: «aves felices»
En los métodos de cría surge otra polémica. Muchas veces estos animales están hacinados en galpones. Se utilizan luces artificiales para alterar su ciclo de vigilia-sueño de manera que estén más de 20 horas diarias comiendo balanceado o granos ricos en proteínas.
La impronta genética que le ha dado el humano es tal, que estas razas de aves no podrían sobrevivir fuera de esas granjas.
Esta corta vida no es placentera para los animales ya que suelen tener problemas en las articulaciones, insuficiencias cardíacas y metabólicas, debido al exceso de peso. Pisotean sus propias heces contaminadas lo que puede generan dermatitis y caídas de plumas.
No obstante, la ciencia y los granjeros comienzan a notar que el bienestar animal es clave para aumentar la productividad. Y también existe una demanda de los consumidores por comer carne y huevos de «aves felices».
En las granjas orgánicas o agroecológicas, los animales están menos concentrados y se les permite caminar, lo cual reduce el riesgo de enfermedades y evita el uso antimicrobianos, además de mejorar el bienestar animal.
La dieta también cambia y puede ser más equilibrada, ya que combina balanceado y el picoteo en el suelo propio de esta especie para alimentarse de insectos y otro nutrientes.
Por Lucas Viano @LucasViano
REDACCIÓN PENSAR SALUD
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