Sequía extrema: ya arrancó la temporada de incendios forestales en Argentina

incendio forestal
31 agosto, 2021

La temporada de incendios forestales en Argentina ya arrancó y el pronóstico indica que será un año difícil debido a la condiciones de extrema sequía que vive el país.

El año pasado se quemaron 1,1 millones hectáreas en todo el territorio nacional, el equivalente a 1,5 millones de canchas de fútbol. El mayor impacto se dio en las sierras de Córdoba, el Delta del Paraná y la Patagonia.

Y continuarán durante los próximos años. Las causas apuntan a la crisis climática que genera sequías prolongadas y vientos fuertes que alimentan las llamas. Pero, según los expertos, también «colabora» una política errada del manejo del fuego.

Los incendios tienen consecuencias hídricas, atomósfericas y en la emisión de gases

El daño de estos ecosistemas impacta negativamente en las personas. Estas son algunas de sus consecuencias:

  • Regulación hídrica. En Córdoba está demostrado que los incendios afectan los caudales de los arroyos serranos. Las zonas quemadas de pastizales pueden captar hasta un 48 % menos de agua si están impactadas por el fuego, asegura un análisis de investigadores del Conicet y de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Las razones son que el suelo quemado pierde capacidad de infiltración y que, los pastizales demandan toda el agua posible para volver a brotar.
  • Contaminación atmosférica. En Rosario los valores de material particulado superaron entre 2 y 3 veces los permitidos durante las quemas en el Delta del 2020. El material particulado más fino (PM2,5) llega hasta los alveolos pulmonares y puede provocar problemas respiratorios  en la población más vulnerable. En 2008 el humo de los incendios del Delta llegó hasta la ciudad de Buenos Aires.
  • Emisiones de gases de efectos invernadero. Hierbas, arbustos y árboles retienen carbono. Cuando se queman, se libera en forma de dióxido de carbono (CO2), un gas responsable del cambio climático. Un estudio estimó que volver a almacenar el CO2 emitido por los incendios del Delta de 2008 demoraría aproximadamente unos 11 años

Los incendios afectan a poblaciones, a la infraestructura humana y a la calidad del agua

  • Calidad del agua. Los incendios llevan cenizas a las aguas superficiales que pierden calidad. Por ello, se dificulta su potabilización, pero también afecta a las especies acuáticas. Tras el fuego, los lagos San Roque y Los Molinos de Córdoba sufren floraciones de algunas bacterias peligrosas para la salud y agravan la problemática de eutroficación.
  • Economías regionales.  Los incendios atentan contra los modos de vida de las personas que viven de y en esos ecosistemas. En el Delta las quemas impactan directamente sobre la pesca y la apicultura al destruir el hábitat de peces y la flora apícola. Las actividades turísticas también son perjudicadas, al degradarse los paisajes.
  • Pérdida de infraestructura. Los incendios de vegetación llegan con más frecuencia a zonas con infraestructura humana. Por este motivo, hay un mayor riesgo de vida para los habitantes y los bomberos.
  • Impacto ecológico. Los incendios forman parte de los ecosistemas, pero el aumento en su frecuencia e intensidad provocado por el ser humano no permite la recuperación del paisaje. Como consecuencias se reemplazan áreas boscosas por arbustales o pastizales y cambia el hábitat para la fauna local.

Prevención para reducir los incendios

Los expertos señalan que las autoridades están utilizando un enfoque reactivo para enfrentar a los incendios, cuando debería darse prioridad a la prevención.

“Para las autoridades el fuego es el enemigo a vencer, entonces es necesario aumentar capacidades de supresión y combate del fuego (bomberos, aviones y helicópteros hidrantes, etc.). En este enfoque reactivo, no se reconoce ni entiende al fuego como un disturbio muchas veces necesario para mantener la estructura y el buen funcionamiento de algunos ecosistemas”, explica Guillermo Defossé, investigador del Conicet en el Centro de Investigación Forestal Andino Patagónico.

Pedro Jaureguiberry, investigador del Conicet y la Universidad Nacional de Córdoba, coincide: “El fuego ha estado presente por miles de años en muchos de los ecosistemas. Es necesario restaurar y ajustar los regímenes de incendios para que se enmarquen en rangos ecológicamente aceptables, y que al mismo tiempo permitan una convivencia sostenible desde el punto de vista humano”.

Para ellos son necesarias las tareas de prevención, antes de que ardan las llamas.

Reducir el combustible

La prevención supone eliminar la mayor cantidad de combustible posible para que no se vaya acumulando.

“Debemos actuar sobre el único factor que podemos manejar para reducir la ocurrencia de incendios catastróficos: una manipulación apropiada del combustible vegetal. No podemos actuar sobre los factores meteorológicos (viento, temperatura, humedad relativa del ambiente y del combustible, o sequías previas), que inciden en la intensidad, severidad y propagación de los incendios”, asegura Defossé.

Algunas medidas pueden ser: eliminar árboles caídos y otros materiales inflamables los meses previos a la temporada de incendios y hacer fuego prescripto, que consiste en la quema controlada de la vegetación en áreas determinadas.

Evitar chispas. También se puede actuar en la chispa que a veces inicia el fuego. Esto supone concientizar a la gente de que no debe hacer fuego en zonas de riesgo. Pero también reforzar los controles en el cableado eléctrico que a veces genera chispas y eliminar los basurales a cielo abierto, otras fuentes de incendios.

Planificación urbana

La mayoría de los incendios ocurren en zonas de interfaz, donde la infraestructura humana se entremezcla con la vegetación. Eso genera más riesgo de pérdidas económicas y humanas, y también aumenta las posibilidades de que ocurra un incendio.

Defossé asegura que, según las publicaciones científicas, los incendios se han reducido en superficie en los últimos 25 años. “Ocurre que se han visibilizado más porque han aumentado las áreas de interfaz urbano-rural afectadas. Y en el futuro habrá más riesgo por un aumento de las zonas de interfaz y el efecto del cambio climático que está incrementando la superficie secas y más calurosas”, detalla.

Los expertos enfatizan que la planificación urbana es clave para evitar que se siga ampliando esta zona de interfaz. “El mejor remedio es concientizar a la sociedad sobre los riesgos que se corren cuando se construye en áreas que son proclives a fuegos periódicos”, asegura Defossé.

Y señala que, en todo caso, la edificación en estos sitios debe ser con materiales apropiados, códigos de planeamiento que tengan en cuenta posibles incendios, vías de escape y un manejo adecuado de la vegetación circundante.

“Hay zonas específicas que requieren atención prioritaria, como por ejemplo las zonas de interfaz urbano-silvestre y áreas de alto valor de conservación, ya sea por su biodiversidad o por su valor cultural”, señala Jaureguiberry.

E indica que en muchos casos se podrían crear cortafuegos verdes, franjas de vegetación con baja probabilidad de que se prendan fuego.

Restauración post fuego

También se puede trabajar en el post fuego y contribuir a la restauración del ecosistema. Jaureguiberry señala la siembra y plantaciones de especies nativas, la reintroducción de fauna extinta localmente, pero también el control de especies exóticas más inflamables.

“La restauración busca restituir el funcionamiento del ecosistema y garantizar la provisión de bienes y servicios ambientales importantes para la sociedad, como el mantenimiento de la fertilidad del suelo, la purificación del aire y la provisión de agua”, explica.

Por Lucas Viano  @LucasViano
REDACCIÓN PENSAR SALUD
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